Lo curioso es que esas tres señoras que gritaban maricón a Zerolo parecían tres hombres disfrazados de mujeres, tres travestidos maduros y gordos con un dedo de maquillaje sobre la recia barba y abundantes joyas que desviaban la atención del bigote. Pero eran tres tíos, tres tíos de la misma familia que aquel otro con el pelo cardado y oxigenado que golpeaba a Bono con el palo de la bandera española al tiempo que le gritaba terrorista o algo parecido. No me atreví a decir entonces que aquella mujer se trataba de un hombre de pelo en pecho por falta de pruebas, pero si ustedes observan atentamente la fotografía a la que me refería al principio de estas líneas (creo que publicada por El Mundo) comprobarán que quienes echan en cara a Zerolo su condición sexual son, sin duda alguna, tres hombretones de los que encuentras en misa de doce cualquier domingo.
Todo lo que pasa es muy raro. En EE UU una mujer fue violada por siete curas, uno detrás de otro, cuando tenía 16 años. Se ve que le gustó al primero y se la pasó al segundo, que trabajaba en la parroquia de al lado, y que a su vez se la pasó al tercero, y así de forma sucesiva, sin que se rompiera la cadena violadora, sin que uno solo de los representantes de Dios, al recibir la mercancía, dijera basta ya, esto es una atrocidad que hay que denunciar al obispado (lo que habría dado igual, porque el obispado, en estas situaciones, suele ponerse del lado de los violadores). Al final, tras dejarla embarazada, la enviaron a abortar a Filipinas, de donde confiaban que no volviera. Cabe suponer que los curas se levantarían las faldas para violar, lo que se suma a las rarezas que venimos enumerando. En este mundo cruel, lo único auténticamente convencional es el arte. La realidad innova a una velocidad que casi no nos da tiempo a digerir sus hallazgos. Salud, Zerolo.
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