sábado, 17 de noviembre de 2007

Cambios (Millás)

Si de mí dependiera, los hombres tendrían voz de mujer y las mujeres voz de hombre. De este modo, las madres, al amamantar a sus hijos, les hablarían con la voz grave con la que nos habla la vida cuando nos hacemos mayores. Los padres, en cambio, atenuarían ese rigor materno con su voz cantarina, para que no todo lo bueno, en esos primeros momentos de la existencia, procediera del cuerpo de las mujeres. Así las cosas, los generales y los sargentos darían las órdenes con voz afeminada, lo que quizá acabara de una vez con los desfiles, y los jóvenes se dirigirían a las chicas, si no con educación, con suavidad al menos. El cambio no tiene, a primera vista, ninguna desventaja. Hasta la ópera, si lo pensamos bien, ganaría con ello, aunque la ópera, dada su inverosimilitud radical, ganaría con cualquier cambio que se le aplicara.

Si de mí dependiera, la alopecia sería una característica de las mujeres, y no, como hasta ahora, una exclusiva de los hombres. De ese modo, los coroneles y los tenientes coroneles lucirían, incluso a edades muy provectas, hermosas melenas de todos los colores, lo que, unido a la cuestión ya señalada de la voz, quizá les animara a dedicarse al cabaré. Claro que, si de mí dependiera, colocaría en el pecho de los hombres los senos turbulentos de las mujeres, redondeando de paso sus hombros, alargando su cuello y ensanchando ligeramente sus caderas. Para compensar tanto alboroto, trasladaría al cuerpo de las mujeres las formas secas y lineales que caracterizan al cuerpo masculino. Si de mí dependiera, para no extenderme más y evitar hablar de los bajos, que por alguna razón no está bien visto, convertiría a los hombres en mujeres y a las mujeres en hombres. No sé si arreglaríamos algo, pero a lo mejor, mientras se realizara la mudanza, estaríamos más tranquilos, que falta nos hace.

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