Recojo frases sueltas por ahí como otros recogen perros abandonados de la calle. Muchas tienen problemas morfológicos o sintácticos que procuro arreglar antes de soltarlas de nuevo. Si están muy deterioradas, las desmonto y aprovecho algunas de sus partes. De dos o tres frases inservibles logro a veces obtener una sana. El otro día, en un callejón del periódico, encontré la siguiente: "El PP nunca ha mantenido la teoría de la conspiración". Era, a primera vista, una frase vigorosa. Sencilla, sí, pero muy directa, muy clara, muy rotunda y también muy fácil de memorizar. Me dio sin embargo la impresión de que, pese a su excelente aspecto formal, se trataba de una frase enferma. Le tomé el pulso, la desmonté y la volví a montar. Hasta le coloqué el termómetro, por si tuviera fiebre, pero no hallé nada que justificara sus dificultades respiratorias.
Así las cosas, fui al médico de frases y pedí la vez. La sala de espera de la consulta estaba llena de gente con oraciones indispuestas, algunas en un estado deplorable por culpa de una mala utilización del tiempo verbal o de la concordancia. Cuando me llegó el turno, se la mostré al doctor que, tras una breve exploración, se volvió y me dijo que no podía hacer nada por ella. ¿Pero tiene algo o no?, pregunté. Tiene problemas psicológicos, respondió, y aquí sólo nos ocupamos de las enfermedades físicas. Al pedirle que matizara el diagnóstico, añadió que se trataba de una frase completamente desquiciada, loca. Dudo, concluyó, que el mejor psiquiatra de frases del mundo pueda hacer algo por ella. Salí de la consulta, llegué a casa, la puse sobre la mesa, escuché atentamente su sentido y la verdad es que me dio un poco de miedo. "El PP nunca ha mantenido la teoría de la conspiración". ¿Cuánta realidad, me pregunté, construimos al día con oraciones completamente esquizofrénicas?
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