Hillary Clinton no ha querido salir en Vogue por miedo a parecer demasiado femenina. Ignoramos a qué ha renunciado para no parecer demasiado masculina. La realidad es que si está decidida a captar por igual los votos de las mujeres y de los hombres, deberá hacer durante toda la campaña equilibrios circenses (quizá ideológicos) sobre la línea que separa ambos sexos. De ahí que administre las lágrimas de forma tan mezquina. Su marido vivió una situación semejante hace años, cuando aspiraba al mismo puesto. Recuerden que tuvo que confesar que había fumado marihuana para captar la voluntad de los fumetas, añadiendo enseguida que no se había tragado el humo, para no perder el favor de los abstemios. Lo que entonces pareció un chiste con el que hicimos muchas risas, a la larga ha devenido en una importante teoría política.
Obama, como son otros tiempos, no ha tenido inconveniente en declarar que se tragó el humo. Pero procura, en cambio, no parecer demasiado negro al modo en que Hillary intenta no parecer demasiado mujer. Cada época tiene sus límites. Gracias a Bill Clinton sabemos cómo satisfacer a un pueblo que desea votar a alguien que haya fumado marihuana sin haber fumado marihuana. ¿Cómo dar gusto a una nación que anhela elegir a una mujer que no sea mujer o a un negro que no sea negro? Obama es mulato, lo que equivaldría a ser negro sin tragarse el humo. Se encuentra, pues, en el ansiado centro que tanto gusta a los contribuyentes. En cuanto a Hillary, que es mujer, el hecho de no salir en Vogue quizá la haga un poco hombre. El primero puede proclamar: "Tengan la experiencia de votar a un negro que es un blanco". La segunda: "Elijan a una mujer que es un hombre". Lo que quizá tenga que ver con el gusto ancestral del ser humano por atracciones de verbena tales como la mujer barbuda o el hombre elefante.
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