miércoles, 24 de enero de 2007

KAPUSCINSKI: estar, ver, oír, compartir y pensar.



"La guerra es una derrota para la humanidad porque, además de poner en tela de juicio la bondad y la inteligencia, manifiesta el fracaso del ser humano: su incapacidad de entenderse con otros, de ponerse en su piel".

En un discurso académico, Ryszard Kapuscinski, eligió un tema abstracto -El encuentro con el otro- para afirmar algo que nadie con un mínimo de sentido común contradice: que hay que ser acogedor y comprensivo con el forastero... Nunca viene mal recordar esos principios, sobre todo en épocas como la nuestra en las que resurge la xenofobia. Nacido en Polonia en 1932, Ryszard Kapuscinski estudió en la Universidad de Varsovia Historia y Arte, aunque finalmente se dedico al periodismo. Ha colaborado en las publicaciones 'Time', 'The New York Times' y 'Frankfurter Allgemeine Zeitung'. Ha compaginado desde 1962 sus colaboraciones periodísticas como corresponsal con la actividad literaria y ha ejercido como profesor en varias Universidades. El escritor fue galardonado en 2003 con el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, entre otros premios internacionales "por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo". La revista mensual 'Press' le llegó a bautizar como "el Periodista del Siglo".

Pregunta.- ¿Es el periodismo un trabajo peligroso?
Respuesta.- Cierto tipo de periodismo. El de guerra es peligroso por varias razones.
P.- ¿Usted ha visto la muerte cerca?
R.- Muchas veces.
P.- ¿Cómo fueron las guerras de Iraq y Afganistán?
R.- Son otro tipo de guerras, aunque también muchos colegas pierden la vida allí. Pero esas guerras de Iraq y Afganistán son diferentes de las africanas: el Estado Mayor norteamericano trata de mantener a los periodistas fuera del campo de batalla. Es una doctrina norteamericana: antes de la acción hay que limpiar el terreno, los bombardeos. Por eso no permiten a los periodistas investigar antes. Esos periodistas están en hoteles y sólo les dan los comunicados oficiales. Eso no es periodismo. De la Guerra de Iraq, que fue en la primera en la que se aplicó esa doctrina, me fui, porque eso es el fin del periodismo de guerra. En esas circunstancias, el periodista no puede moverse libremente y se convierte en correo postal de comunicados oficiales.
P.- ¿Qué se siente cuando uno es un referente ético para muchas personas y muchos periodistas?
P.- Bueno, yo no pienso sobre eso. Yo trato de hacer mis deberes hasta lo que es posible. Hay que trabajar, eso es todo lo que sé hacer. Nuestra profesión requiere un sentido de suma responsabilidad. Toda guerra está siempre vinculada a la mentira. Ambos lados mienten y exageran.
P.- ¿Cómo debe ser el periodista del siglo XXI?
R.- Se diferencia del siglo XX en el sentido técnico. Antes el periodista cuando se iba a una guerra tenía libertad para moverse. Dependía mucho de su talento, de su validez. Ahora, como tenemos teléfonos móviles o Internet el jefe de redacción sabe mucho más lo que está pasando. El periodista destacado en un lugar sabe lo que ve, mientras que el jefe, que está en Madrid o Roma, tiene la información de varias fuentes. Al final, el periodista, en vez de llevar a cabo sus investigaciones, se dedica a confirmar lo que el jefe le pide desde la redacción. El sentido del trabajo ha cambiado mucho.
P.- Para ser buen periodista, ¿hay que ser buena persona?
R.- Sí, yo estoy muy seguro de esto.

ÉBANO

Publicado por primera vez en Polonia en 1998, Ébano constituye una impresionante crónica de la experiencia de R.K. como corresponsal en África durante más de treinta años. Crónica impresionante no sólo por los hechos que narra, sino quizá sobre todo por la sencillez y veracidad que logra transmitir su relato, bien alejado de algunos periodismos de denuncia, elaborados a base de prejuicios, frases hechas y lugares comunes. Esta crónica, en cambio, está llena de humanidad y realismo. Jugándose la vida y la salud, con pocos medios, pero sin hacer alardes, Kapuscinski no se conforma con los estereotipos o las versiones oficiales, que permiten al periodista enviar ácidas crónicas sin abandonar la comodidad del hotel. RK se adentra solo en los barrios más pobres, y allí se instala; viaja a lugares que no son noticia para los europeos, y por rutas que sólo transitan los indígenas. Se acerca a la realidad de las personas más humildes y describe lo que ve, con una mirada humana, en la que se adivina el deseo de comprender y ayudar.

Gracias a esa cercanía amable, al trato directo con el pueblo más de a pié, y sin perder de vista quién es quién entre las autoridades de turno, logra describir con realismo cómo viven, cómo piensan, qué huellas de la historia pueden estar detrás de acontecimientos tan penosos como el genocidio de Ruanda y tantos otros, por qué en ese continente se suceden interminablemente las guerras y las violencias...Y qué hay de verdad en las versiones oficiales o seudo-oficiales que llegan hasta nosotros. Junto a su maestría como escritor, destaca en R.K. su formación como historiador. En sus relatos acude con frecuencia a los antecedentes históricos de cada persona, tribu o nación, logrando una perspectiva que permite entender mejor los acontecimientos actuales. También por eso pienso que este libro constituye una de las más fiables referencias para quien desee comprender algunas claves de lo que sucede en África.

Hay una escena genial, en este sentido, en su libro Ébano. El periodista se encuentra en una capital de África occidental donde se están produciendo desórdenes. Y en vez de narrar, como cualquier reportero, las escenas callejeras de los disturbios, empieza describiendo su desvencijada habitación en un hotel miserable de un barrio popular. Y lo que relata, sobre todo, es el abominable calor. Un calor pegajoso, húmedo, que transforma cada gesto en insoportable esfuerzo. Y nos habla de sus vecinos de habitación, del propietario del hotel, de los tejemanejes en los que están metidos algunos de los clientes... Y así, poco a poco, sin que nos demos cuenta, va surgiendo todo un cuadro social, hecho de pobreza, de corrupción, de hartura. En definitiva, el telón de fondo de la revuelta. Sin la visión del cual no podemos entender lo que pasa.

LOS CÍNICOS NO SIRVEN PARA ESTE OFICIO: Sobre el buen periodismo

Este libro recoge dos encuentros y una entrevista con R. K., celebradas en 1994 y 1999. Kapuscinski muestra con sencillez su modo de entender y hacer el periodismo, y lo hace con la autoridad de quien ha tratado de vivir lo que aconseja durante largos años de ejercicio profesional. La clave de su estilo es la mimetización, vivir como uno más en las zonas más recónditas y anónimas del país que desea dar a conocer. No pretende basarlo todo en contactos "de alto nivel", que con frecuencia dan una visión sesgada o como mínimo lejana a la realidad. Es la suya una historia construida desde abajo, atenta a los pequeños detalles, fruto de la observación y de la intuición, ajeno a prejuicios ideológicos, despolitizada. "Es más útil entrar en un museo que hablar con cien políticos profesionales", dirá. "Hoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban…" . "Para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buena persona"

Denuncia el empobrecimiento que ha sufrido el periodismo en su evolución histórica: de ejercicio de búsqueda de la verdad, ha pasado en demasiadas ocasiones a instrumento de poder político, y finalmente se ha convertido en espectáculo al servicio de un negocio. Ahora al frente de los medios no suele haber periodistas, sino hombres de negocios, y la información se ha separado de la cultura. Aporta una intuición clarividente: las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Y nos ofrece una consideración que hará sonreir a más de uno, pero que es preciso recordar hoy: para ejercer el periodismo ante todo hay que ser buena persona. Si se es buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Es una cualidad que en psicología se denomina "empatía", que permite comprender el carácter del interlocutor y compartir de forma natural y sincera sus problemas. En este sentido, el único modo correcto de hacer nuestro trabajo es desaparecer, olvidarnos de nuestra existencia: existimos sólo para los demás, para compartir con ellos sus problemas e intentar resolverlos, o al menos describirlos.

A su juicio, capacidad de sacrificio y formación permanente son elementos indispensables para el buen periodismo. "En el periodismo, la actualización y el estudio constantes son la conditio sine qua non. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente. Tengo muchos amigos de gran calidad junto a los que empecé a ejercer el periodismo y que a los pocos años fueron desapareciendo en la nada. Creían mucho en sus dotes naturales, pero esas capacidades se agotan en poco tiempo; de manera que se quedaron sin recursos y dejaron de trabajar". Recomienda al periodista paciencia y trabajar duro: "los lectores acaban reconociendo la calidad de nuestro trabajo y asociándola con nuestro nombre. Son ellos los que deciden, no el director".

Ha muerto el Rey Kapuscinski, quien ha elevado el reportaje a la categoría de obra de arte. VIVA EL REY.

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