lunes, 28 de mayo de 2007

PARA MIS CHICAS FORÁNEAS (O NO): delirio

NO suelo escribir este tipo de post, pero como he de hacer cosas originales, aquí va...

ZAZU, compañera y amiga de la uni me escribió el otro día un mail super bello donde me decía que un sábado más estaba en casa sin plan y viendo mi blog, mis fotos, mis artículos (mis chorradas, al fin y al cabo) y le hacía sentirse más cerca de casa. Ella está en Cambridge (Inglaterra, que creo que hay otro en Canadá).

Otra dos amigas y compis universitarias están en Inglaterra, ANITA GRANÁ en Bath, PILOMS (bella entre las bellas que compartió habitación en Cuba conmigo [aunque no en solitario]) en Manchester. Todas ellas están viviendo una experiencia post periodismo (es decir, no encontrar curro guay en España y trabajar en lo que sea fuera de tu país, eso sí ganando más que aquí), aprendiendo idiomas y "coleccionando banderas" (encima de la cama, jeje).

No quiero olvidarme de otra bella (cuántas "bellamigas" tengo, x dios). Su nombre es ANA (Hormig@s), está en Roma con una beca y nos echa de menos a veces. Nosotros a ella también; por eso en una ocasión le hice un vídeo sobre algunos lugares de Madrid para que no se olvide de ellos. Hablando de lugares, Almería empieza y termina igual que Alemania (en el nombre, sólo) y esos han sido los dos últimos sitios que han disfrutado de la presencia de VANE, otra universitaria, periodista ella y durante un tiempo vecina de ASCAzO.

Para todas ellas va este post (entrada en español, leñe, VIVA LA Ñ) y como me gusta mucho mezclar cosas y a todas ellas les gusta el cine, quiero recomendarles una peli que he visto hoy y puede venir al caso (o no, pero me apetece hablar un poco de ella): Es DELIRIOUS, de Tom Dicillo, no ha sido, es, ni será una peli demasiado conocida ni un clásico en el futuro, pero a mí me ha gustado muchísimo la historia de este fotógrafo en apuros (paparazzi) y el homeless (vagabundo) y enamorado de la cantante famosa del momento (pibón). Hay una mezcla entre drama, comedia y romanticismo que me ha fascinado de tal manera que yo llamaría a la peli DELICIOUS (juego demasiado fácil, incluso para mí). El final (no lo cuento, tranquis) me ha hecho derramar unas lagrimillas, no sé si porque me veía identificado con el fotógrafo, con el vagabundo, o con ambos, que con sus delirios de grandeza consiguen lo que querían (ok, al final sí lo he contado, sorry, jejeje).
Por último, para compensar, os pido a tod@s l@s que leáis esto, que acompañéis la lectura con una canción: Déjame vivir, de Pau Donés junto a Mari la de Chambao. Creo que os gustará, y si no es así, dejadme en paz a mí, dejadme vivir.

PD. Aprovecho este "cursi-post" para saludar a un lector incondicional y gran amigo universitario, ELOY (gordoeloy); Nos vemos en berlín, o donde sea, pero nos vemos. Y a una chica valenciana (futura periodista tb) tan especial que desde hace 4 años no la veo pero nunca he conseguido olvidar esa noche en el risco de Valdemoro. RACHEL, por eso y por muchas cosas más eres tan especial y visitaré Valencia contigo haciéndonos mil fotos (o más). Besos y flores a tod@s.
PPD. Las chicas de la foto no son ninguna de las mencionadas anterioremente, pero está claro que venden mucho más, fundamentalmente cuando gañanes como Pablo Conde o Manu Hernández visitan mi blog (juntos formamos TRIVER, próximamente se estrenará ÚLTIMA FOTO, primer cortometraje juntos). Publicidad no gratuita, PABLO CONDE.

FIN DEL DELIRIO.

sábado, 26 de mayo de 2007

ANUNCIO DE NIKE (Flamenquito)

No sé si lo que más me gusta de este anuncio es que salga Estopa, Gasol, Nadal, el niño Torres y Ronaldinho, la música al son de las palmas y la caja flamenca en un escenario Eminem o .... TÚ.

http://www.youtube.com/watch?v=oo_nUEcqzIg

Y por si os habéis quedado con ganas de más:

http://www.youtube.com/watch?v=d-i9HBnIpqM&mode=related&search=

quieres más?

http://www.youtube.com/watch?v=6x-KrfqouOE&mode=related&search=

quieres?

http://www.youtube.com/watch?v=p-QQCQEh1Vg&mode=related&search=

más?

http://www.youtube.com/watch?v=1cgc91Gf0zw

+

http://www.youtube.com/watch?v=Pp5dZZBKTXQ&mode=related&search=

MÁS FUERTES QUE EL AJO

TANTA PASIÓN PARA NADA (La paradoja de Djukic)

Cuando recogió el balón, Djukic se acordó de lo que su mujer le había dicho aquella tarde; parecía como si se lo hubiese profetizado. Si acaso, le había dicho Ceca, no se te ocurra tirar un penalty.
Como cada domingo, Ceca estaba más preocupada que él. A decir verdad, él nunca se ponía nervioso, al menos no especialmente (sobre todo si se comparaba con algunos compañeros); era ella la que se ponía nerviosa por él, a veces desde varios días antes. Pero, aquel día, su equipo, el Deportivo de La Coruña, en el que jugaba por tercer año consecutivo tras su marcha del fútbol yugoslavo, se enfrentaba al partido más importante de toda su historia: se jugaba a una carta la Liga que durante toda la temporada había tenido en la mano. Hasta seis puntos habían llegado a sacarle de ventaja al Barcelona, su perseguidor más inmediato, ventaja que habían ido perdiendo, sin embargo, en los últimos partidos, sin duda por la presión, hasta el extremo de llegar a la última jornada igualados a puntos al frente de la tabla; aunque al Depor le bastaba con ganar: a igualdad de puntos, le daría el título -el primero de su historia- su mejor gol average particular. Por eso, aquella semana, los jugadores del Deportivo, Djukic incluido, la habían vivido en medio de una gran tensión y, por eso, aquella tarde, cuando su mujer le llamó, como todos los días de partido, al hotel de concentración para desearle suerte, le dijo muy preocupada: si acaso, no se te ocurra tirar un penalty.

Cuando Ceca se lo dijo, Djukic -lo recordaba ahora- se había echado a reír. Le había hecho tanta gracia la cariñosa advertencia de Ceca, siempre tan temerosa, siempre tan preocupada por él, que se había echado a reír como hacía cuando su madre le decía de pequeño, allá, en Stitar (qué lejos estaba ahora), que no tirase muy fuerte no fuese a hacerle daño al portero. Cuando Ceca le dijo lo del penalty, él ni siquiera había pensado en aquella posibilidad y, además, Djukic sabía que, en el caso de que se produjera ( cosa bastante improbable teniendo en cuenta las circunstancias de aquel partido), el encargado de tirarlo, era Donato. El sólo tendría que hacerlo en el supuesto también bastante improbable de que Donato no estuviese en condiciones o en el campo (hasta el partido anterior, cuando Bebeto falló su segunda pena máxima en un mes, incluso habría sido el tercero, después de los dos brasileños, en el orden de los lanzadores).
Fue lo primero en lo que pensó cuando, a falta de un minuto para el final del partido y con el marcador a cero, el árbitro pitó penalty.

Hacía dos minutos que en Barcelona había acabado el partido (con victoria del Barcelona) y, en ese instante, éste era el campeón de Liga. En Riazor, entre tanto, el partido había ido transcurriendo sin que el Coruña, hecho un manojo de nervios, fuese capaz de batir la portería Valencia que, por lo que se entregaban y corrían sus jugadores, que no se jugaban nada en aquel partido, estaba claro que había venido primado, y los presentimientos peores de las vísperas estaban a punto de consumarse. Lo que los más pesimistas habían augurado: que el Deportivo no tenía mentalidad de campeón, que al final le podría la presión, que La Coruña y toda Galicia sufrirían la peor decepción de su historia deportiva, etcétera, se estaba cumpliendo. El Barcelona era ya el campeón de Liga. Quedaba sólo un minuto -más lo que añadiese el árbitro- para que se produjese el milagro y se produjo. Llegó el milagro cuando ya nadie en el campo ni en las gradas lo esperaba; en el campo, porque, los jugadores del Deportivo, aunque seguían intentándolo, ya apenas tenían fuerzas para correr (alguno, incluso, como Bebeto, renqueaba por el césped con calambres en las piernas) y, en las gradas, porque los aficionados, al principio tan bulliciosos, tan convencidos de la victoria, habían enmudecido, aunque siguieran en sus asientos contemplando impotentes la tragedia que se cernía sobre su estadio.

Pero, de repente, un delantero deportivista, quizá Fran, quizá Bebeto (con la tensión del momento y desde su posición en el campo, Djukic ni siquiera pudo ver quién había sido), se internó decidido en el área del Valencia, regateó a un defensor, el defensa le zancadilleó y, ante el asombro de todos los que seguían el partido con el corazón en un puño desde todos los puntos de España y de Yugoslavia (los de Yugoslavia por culpa de él), el árbitro pitó penalty. El campo se vino abajo. Los graderíos de Riazor, hasta ese momento mudos, estallaron en un griterío como Djukic no había oído nunca antes; y eso que en Yugoslavia los aficionados al fútbol también gritaban lo suyo. A lo lejos, en el área del Valencia, los jugadores valencianistas rodeaban al árbitro protestándole el penalty -que, por cierto, había sido muy claro-, pero Djukic sólo oía el inmenso griterío que recorría el estadio. Penalty.

Era verdad. El árbitro lo había pitado. Algunos jugadores del Deportivo se llevaban las manos a la cabeza sin acabar de creérselo. Otros, como Liaño, el portero, se santiguaban. Aunque parecía imposible, el milagro se había consumado. Mejor dicho: se podía consumar. El árbitro había pitado penalty, pero el penalty aún había que meterlo. ¡Ya ver quién era el guapo que lo tiraba en aquellas circunstancias ! Fue Justo en ese momento, cuando calibró aquel trance, cuando Djukic se dio cuenta de que Donato no estaba ya en el campo. Hacía quince minutos que Arsenio le había sustituido por Alfredo jugándose a la desesperada la carta del ataque. Cuando el entrenador hizo el cambio, Djukic ni siquiera se fijó en él, entregado como estaba, igual que sus compañeros, a la difícil tarea de levantar el partido -un partido que se les escapaba-, pero ahora se daba cuenta de lo que suponía: que era él, precisamente él, el señalado por el destino para tirar el penalty. De hecho, sus compañeros ya le buscaban con la mirada y, desde el banquillo, todos: Arsenio, el médico, el masajista, hasta los jugadores reservas -entre los que divisó a Donato-, le hacían gestos histéricos para que se dirigiera hacia la otra área. A Djukic le pareció que todo el estadio se apoyaba de repente sobre él.

Pese a ello, reaccionó con entereza. Aunque ninguno seguramente tan trascendental como aquél, a lo largo de su vida deportiva ya había vivido muchos momentos difíciles. Como cuando debutó en Primera (con el Rad de Belgrado, allá, en su país) o como cuando, con el Deportivo, consiguió el ascenso a la Primera División española en un final agónico en el que hubo hasta un incendio en los graderíos, en su primera temporada en el fútbol español. Eso sin contar los que la otra vida, la de verdad, le había dado: el día que decidió dedicarse al fútbol abandonando el trabajo que tenía entonces y contra la voluntad de su padre, que prácticamente le echó de casa, el de su boda con Ceca -a la que conoció por aquella época-, el nacimiento de sus dos hijos (los seres que más quería) o la muerte de su hermano Milosav en accidente de tráfico. Mientras cruzaba el campo entre el griterío del público y las palabras de ánimo de sus compañeros, que le daban consejos distintos y hasta enfrentados (¡porarriba!, ¡porabajo!, ¡a romper!, ¡colócala!, ¡vamos, Yuka! ...), Yuka, como le llamaban todos en La Coruña, quizá porque era más fácil, recordó el largo camino que había recorrido hasta ese instante, desde cuando jugaba en los prados de Stitar con los otros chicos del pueblo (todos más altos que él) hasta que fichó por el Deportivo buscando ganar dinero y huyendo de la guerra que asolaba su país.

En medio, perdidos entre las brumas del tiempo y de la distancia, quedaban los balones que su padre le pinchaba para que estudiara en vez de estar todo el día jugando al fútbol (y que él reponía en seguida con el dinero que ahorraba); la bicicleta que aquél, chatarrero de oficio, le fabricó, sin embargo, con trozos de bicis viejas para que pudiera ir a entrenar cada día a Savac, la capital de la región, por cuyo primer equipo -el Macva, de Segunda División- ya había fichado; su primera decepción y su abandono del 1 fútbol tras su fracaso en el Macva; su trabajo posterior, como palista en la estación del ferrocarril, trabajo que alternaba por las tardes con los entrenamientos del Zeleznikar, el otro equipo de Savac, al que le llevó Milinkovic, un jugador de su pueblo que había jugado en Primera, a cambio precisamente de aquel trabajo; su triunfo en el Zeleznikar y su vuelta al Macva -ahora ya como profesional- o, en fin, el primer dinero serio que ganó jugando al fútbol cuando, dos años más tarde, le fichó el Rad de Belgrado: dos millones y medio de pesetas con los que se compró su primer coche y amuebló la casa que su hermano Milosav le había hecho en Stitar.

Djukic todavía recordaba algunas veces –ahora con una sonrisa- el viaje en tren de regreso a SAVAK comentando con Ceca, con la que se acababa de casar, si les daría tiempo en toda su vida de gastar todo el dinero que acababan de pagarles. La verdad es que la suya no había sido una carrera fácil. Al contrario que otros, desde que empezó en el fútbol, todo lo había logrado a base de mucho esfuerzo; nadie le regaló nada. Aunque siempre, sin embargo -pensaba Djukic ahora mientras se acercaba al área-, había tenido suerte en los momentos cruciales. Parecía como si una estrella lo iluminase. Si no, ¿cómo se explicaba el hecho de que siempre hubiese acertado en las decisiones más importantes, esas que determinan la vida de una persona, o que, en los
momentos bajos, cuando todo le iba mal, algo o alguien le empujaran a seguir hacia adelante? Le pasó cuando Milinkovic le llevó a jugar al Zeleznikar ( cuando él ya había decidido dejar el fútbol) o cuando Juan Ballesta, el ayudante de Arsenio en el Deportivo, le fue a buscar a su casa. En este caso, además, el azar ayudó también. Ballesta, por lo que él supo luego; había viajado a Belgrado para espiar al Estrella Roja y al Partizán (el Deportivo andaba buscando un líbero), pero, como se aburría en la ciudad, se fue a ver jugar al Rad, que jugaba sus partidos los sábados por la noche para no coincidir con los de aquellos.

Ese día, Djukic hizo uno de sus mejores partidos. Es más: tuvo hasta la buena suerte de debutar como líbero (hasta entonces, lo hacía siempre de pivote) en sustitución dellíbero titular, que atravesaba una mala racha. Ballesta quedó tan impresionado que no sólo se olvidó del Estrella Roja y el Partizán, que eran los dos equipos que había ido a ver, sino que se quedó dos semanas más en Belgrado para seguir a Djukic, quien, por su parte, ni siquiera sabía que alguien le estaba espiando. Lo supo a los pocos días, cuando Ballesta se presentó en su casa para ofrecerle fichar por el Deportivo de La Coruña, una ci~dad y un equipo que Djukic oía nombrar por vez primera en su vida; ni siquiera sabía casi dónde quedaba España en el mapa. De hecho, rechazó en un principio la oferta {tenía ya otras de equipos más importantes, como el Paris Saint-Germain francés o el Standard de Lieja belga) e incluso se escondía cuando veía el coche del ojeador español aparcado ante su casa para no tener que hablar con él. Aunque, al final, acabó aceptando: quería ganar dinero y las ofertas de aquellos no terminaban de concretarse.

Si entonces -pensaba Djukic ahora- el azar y su buena estrella le iluminaron (desde que llegó al Deportivo todo habían sido éxitos), ¿por qué no habrían de hacedo ahora que se enfrentaba al momento de su vida deportiva posiblemente más importante? Cuando el árbitro le dio el balón (le miró, por cierto, un instante, como si le compadeciera), Djukic ya estaba decidido a tirar aquel penalty. No tenía, además, otra elección. Podía, ciertamente, todavía echarse atrás (otro, en su situación, quizá lo hubiera pensado) y pasarle la responsabilidad a otro compañero, a Bebeto, por ejemplo, que para algo era la estrella del equipo y el que más dinero cobraba, pero Djukic no era de los que se arrugaban. Desde que jugaba en Savac con apenas quince años, era de los que siempre daban la cara. Y, además, sus compañeros nunca se lo hubiesen perdonado. Como tampoco -pensó- le perdonarían en el caso de que fallase.

Cogió el balón y lo apretó con las manos. Lo hacía siempre en esos casos, como para asegurarse de que tenía aire. Aunque al que le faltaba el aire era a él. Sentía como si el pecho se le estuviese cerrando. A su lado, un compañero le daba todavía algún último consejo (¡por abajo, junto al palo!, ¡Vamos, Yuka!...) y el árbitro le decía lo que siempre dicen los árbitros en esos casos: que no hiciese nada extraño, que no se detuviera a mitad de su carrera, que esperase a tirar a que él pitase..., pero él no les oía. Ni siquiera oía ya el griterío del público, que se había ido apagando poco a poco, a medida que el instante decisivo se acercaba. Djukic sólo oía ya el palpitar de su corazón y el zumbido entrecortado de su respiración ahogada. Fue la primera prueba que tuvo de que estaba más nervioso de la cuenta. Intentó recobrar la calma. Respiró hondo buscando aire y sintió cómo éste se agolpaba en su diafragma. No podía llegar a los pulmones; era como si aquél se le hubiese bloqueado. Djukic volvió a intentarlo.

Posó el balón en el suelo, en el punto de penalty, y retrocedió unos pasos. Frente a él, a mitad de camino entre el penalty y la portería, el árbitro le daba ahora las advertencias correspondientes al portero del Valencia {por primera vez en todo el partido, Djukic se fijó en él; hasta entonces, sólo se había fijado en que llevaba un jersey azul) e imaginó, para consolarse, que a éste tampoco le llegaría el aire hasta los pulmones, porque estaría tan nervioso como él en ese instante. La suposición no bastó para tranquilizarle, pero sí al menos para que comenzase a pensar en el penalty. Hasta entonces, había sopesado una por una todas las circunstancias de aquel momento, pero no en cómo iba a tirarlo. A veces, en los entrenamientos -recordó Djukic entonces- él y sus compañeros habían imaginado aquella posibilidad como un juego, como una hipótesis tan lejana que incluso se divertían imaginándola: último minuto de un partido, empate a cero o a goles y el árbitro pita un penalty. ¿Quién lo tira? ¿y cómo? Djukic y sus compañeros (del Deportivo de La Coruña y de todos los equipos en que había jugado antes) lo habían imaginado muchas veces, siempre como una posibilidad, pero ahora aquella hipótesis no era una posibilidad, y mucho menos un juego. Ahora, la hipótesis de los entrenamientos se había hecho realidad y en las peores circunstancias en las que podía darse: en el último minuto del último partido de una Liga que se jugaba precisamente en aquel penalty.

Djukic, en esos casos -recordó entonces también-, era el primero en tirarlo. Le gustaba tirar penaltys porque era la única manera que tenía de recordar sus tiempos del Macva, y antes aún: de los partidos con el equipo del pueblo, cuando, por su pequeña estatura, jugaba de delantero. Hasta los quince años, de hecho, era tan diminuto que la gente iba a mirarlo, admirada de ver a aquel chiquillo que volvía locos a los contrarios pese a que a algunos de ellos apenas les llegaba a la cintura. Pero, a los quince años, estando ya en el Macva, Djukic empezó a crecer (en un año solamente creció 20 centímetros) y los entrenadores comenzaron a retrasarle, primero al centro del campo y luego ya a la defensa, para aprovechar su estatura y su poderío físico ante los delanteros contrarios. Pero él siempre prefirió el juego de ataque. Le gustaba coger el balón, bien del portero o bien de algún compañero, que se lo pasaban para que lo jugara, y, con su depurada técnica, cruzar el campo con él hasta la portería contraria regateando a cuantos le salían al paso; lo cual le había causado más de una bronca de sus entrenadores, que veían con temor cómo arriesgaba el balón y cómo dejaba huecos a sus espaldas (Arsenio, incluso, le había prohibido pasar del medio campo), aunque su natural instinto le llevara a repetir sus arrancadas en cuanto se le presentaba otra oportunidad. Por eso, le gustaba subir a rematar los córners (a lo que sí estaba autorizado) y, por eso, en los entrenamientos, era el primero en tirar los penaltys. Lo hacía siempre muy suave, a la izquierda o a la derecha, colocando el balón y engañando al portero con la mirada.

Pero ahora era distinto. Ahora se estaba jugando el futuro de la Liga y de su equipo (por no hablar del suyo propio} y no era momento para florituras. Era mejor tirar a romper, olvidarse de la técnica y de lo que decía su madre y pegarle al balón con todas sus fuerzas para asegurarse al menos que nadie le diría nada. Porque, si el balón entraba, nadie se iba a fijar en si iba bien o mal tirado (lo importante es que había entrado} y, si no, daría lo mismo: la decepción iba a ser tan grande que durante toda su vida la seguiría recordando. Pero, al menos, nadie podría decirle que la había provocado él por quererse lucir en aquel trance. No le dio tiempo a seguir pensando. De repente, Djukic oyó el silbato del árbitro y comprendió con angustia que el momento decisivo había llegado. Frente a él, la mancha azul del portero llenaba toda la portería ( que hasta entonces le había parecido inmensa: siempre pasaba lo mismo} y a su lado ya no vio a nadie. Sólo otra mancha -la mancha negra del árbitro-, que esperaba también a su derecha, junto a la raya del área. Los demás: los jugadores de ambos equipos, el público, hasta los policías y los fotógrafos que hasta ese instante se amontonaban por centenares detrás de la portería habían desaparecido. En el estadio de Riazor -y en el mundo- sólo estaban ya él, el portero y el árbitro.

Djukic comenzó a correr sin saber todavía cómo tirar el penalty. Ya no podía pensar; ya era tarde para todo. Le dio al balón sin mirarlo, como si le pegara al aire ( el aire que a él le faltaba}, y durante unos segundos, que a él le parecieron eternos, larguísimos, interminables, miró cómo se alejaba en dirección a la portería donde la mancha azul del portero comenzaba lentamente a desplazarse. Ni siquiera vio adónde iba; no vio cómo lo paraba. Sólo vio que, de repente, el campo volvió a rugir, después de varios segundos mudo, y el portero del Valencia, que había vuelto a levantarse, comenzaba a correr ya dar saltos de alegría mientras sus compañeros de equipo corrían a abrazarlo. Había parado el penalty. Los compañeros de Djukic tardaron más en hacer lo mismo con él, pero él ni llegó a enterarse. Arrodillado en el césped, como un boxeador caído, sólo pensaba en huir de allí mientras se repetía a sí mismo, como cuando se mató su hermano, lo que su padre solía decir de la vida cuando la vida le golpeaba: tanta pasión para nada.

http://www.youtube.com/watch?v=m3aX8bENdps

NO DIGO MÁS....


viernes, 25 de mayo de 2007

El hombre (de Juan José Millás)

El hombre en cuyos mítines se gritaba Pujol, enano, habla castellano. El hombre que enseguida comenzó a hablar catalán en la intimidad. El hombre que casó a su hija en El Escorial. El hombre que se fotografiaba con puro, copa y pies encima de la mesa al lado del emperador del universo. El hombre cuya mirada competía en penetración, agudeza e ingenio con la de Bush. El hombre que al dar una rueda de prensa en tejano inspiró la mejor campaña antidrogas de la historia (así te ves tú, así te ven los demás). El hombre que al alba, con viento favorable, conquistó heroicamente la isla de Perejil. El hombre que se apuntó a una ocupación ilegal. El hombre que mirando a los españoles a los ojos aseguró: créanme, hay armas de destrucción masiva. El hombre que profetizó que aquella invasión criminal pacificaría la zona. El hombre que el 11-M, tras deducir lógicamente que el atentado era una respuesta a su apoyo a la guerra de Irak, mintió y mintió a los españoles, intoxicó a los directores de los periódicos y engañó a las cancillerías. El hombre que frente al mayor atentado de la historia de España no convocó el pacto antiterrorista. El hombre que montó una manifestación sin negociar el lema ni el lugar ni la hora. El hombre que tras la derrota del 14-M corrió a la tele para decir que él no había perdido las elecciones, porque el candidato era Rajoy. El hombre que se apuntó a la teoría de la conspiración. El hombre que en sede parlamentaria habló de desiertos y montañas (nevadas). El hombre del Movimiento de Liberación Nacional Vasco. El hombre del sabremos ser generosos. El hombre del terrorismo no se usa en la lucha partidista. El hombre del responsable de un atentado es el autor del atentado. El hombre del responsable de un atentado es Zapatero. El hombre que tras dejar el Gobierno se paseó por el mundo hablando mal de su país, como un embajador inverso. El hombre que de joven no se atrevió a llevar melena. El hombre que estuvo en contra de la Constitución y del divorcio y del aborto. El hombre de fuertes principios religiosos. El hombre al que nadie dice a qué velocidad se conduce ni cuántas copas se toman. El hombre que asegura que no votar al PP equivale a votar a ETA. El bodeguero mayor de Castilla. El marido de Ana Botella. El inspector de Hacienda. El hombre. Vuelve el hombre.

jueves, 24 de mayo de 2007

El rey Juan Carlos I, elegido español de la historia (de El País.com)

El Rey Juan Carlos I fue elegido ayer como El Español de la Historia por los espectadores de Antena 3 en un programa especial que destacaba al personaje más relevante de la historia de España. La familia Real española tuvo una gran presencia durante toda la noche: la Reina Sofía ocupó el cuarto lugar mientras que el Príncipe Felipe terminó en séptimo puesto.
"El mejor embajador de España", "por su papel decisivo en la transición y en el 23-F", de este modo fue presentado el Rey, quien fue el español más votado entre los ciudadanos de 44 a 60 años y en las comunidades autónomas de Andalucía, Canarias, Extremadura, Castilla y León y Galicia.

Los españoles menores de 30 años optaron por el escritor universal, autor de El Quijote, Miguel de Cervantes (segundo en la votación), quien encabezó las listas en las comunidades autónomas de Aragón, Baleares, Castilla-La Mancha, Madrid, Navarra y Murcia. Por su parte, Cristóbal Colón, tercero en la clasificación, fue el más votado entre los españoles de 31 a 44 años y encabezó la lista en el País Vasco y Valencia. "Buscaba una ruta y encontró un continente, muchos le tomaron por loco pero los Reyes Católicos creyeron en él", decía su presentación.
El top 10 de esta lista lo completaban, el ex presidente Adolfo Suárez (quinto), el científico Ramón y Cajal (sexto), el pintor malagueño Pablo Picasso (octavo), Santa Teresa (novena) y el también ex presidente Felipe González (décimo).

El actual presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, fue el decimosexto más votado por delante del rey Alfonso X el Sabio (17). También el dictador Franco, en el puesto número 23, se impuso entre otros a la artista Lola Flores (24) y al ciclista, Miguel Indurain (25). De Dalí a Isabel la Católica pasando por Severo Ochoa o Federico García Lorca, en total, 49 nombres de españoles relevantes de todos los ámbitos sociales, culturales y políticos y seleccionados por los espectadores de Antena 3.

También estaba El Cid, quien ganaba batallas incluso después de muerto aunque en este caso se quedó lejos de la victoria, concretamente en el puesto 21, eso sí, por delante de, seguramente, el español más rápido de todos los tiempos, Fernando Alonso (22).La gala de El español de la Historia, presentada por Matías Prats y Susana Griso, comenzó a las 22 horas y contó con los comentarios en directo del ex ministro de Defensa Jose Bono, la periodista Nativel Preciado y el escritor Antonio Gala.

Este programa especial se enmarca dentro de los rankings televisivos que la cadena viene ofreciendo desde hace cuatro temporadas. El orden definitivo ha sido establecido a través de una macroencuesta realizada a más de 3.000 ciudadanos y elaborada por la multinacional GfK EMER. Para la elaboración de los perfiles biográficos de los finalistas se ha contado con la opinión y análisis de casi un centenar de personalidades provenientes de todos los ámbitos de la sociedad: catedráticos, escritores, políticos, deportistas etcétera, que revelerán quién es para ellos el español o la española de la Historia.

Los cien finalistas de este programa han destacado en áreas de Bellas Artes (doce candidatos), escritores y pensadores (una docena de candidatos), científicos (siete), en el mundo del espectáculo (once), el cine, la televisión y los toros (siete), como figuras históricas (14), en el deporte (17), la Iglesia o la Religión (cuatro), por su papel de empresarios y emprendedores (seis) o en la política y el poder (10).

En otros países como Francia (France 2) fue elegido el que fuera presidente de la República entre 1958 y 1969, Charles De Gaulle; en Alemania (ZDF) ganó el primer canciller de la República Federal de 1949 a 1963 Konrad Adenauer; en Estados Unidos (Discovery Channel) resultó vencedor el ex presidente Ronald Reagan; y en Portugal (RTP) venció el dictador Antonio Oliveira Salazar, lo que ocasionó una gran polémica en el país.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Perdedores (de Juan Cruz)

A los chicos les tendrían que enseñar en la escuela a perder, y a perderse. No es lo mismo perder que estar perdido, como comprobaba Cela hablando de otra cosa. La gente cree que perder es un fracaso; no aprendieron a perder. Oteiza me dijo un día: "No pienso manchar mi hoja de fracasos con un triunfo de mierda". Perderse es buscar otro derrotero; hay gente perversa que insinúa que eso es malo. Perderse es maravilloso. Ahora, estar perdido -por imitar el lenguaje de Cela- es muchísimo más jodido.

Hemos perdido de todo, y nos hemos perdido. Y a veces estamos perdidos; pero existe el día siguiente. Ahora Iberia ha sacado a subasta los millones de objetos que la gente se ha dejado perdidos en los aviones. Esas son pérdidas veniales. Cualquiera que viaje un poco habrá perdido centenares de objetos en los distintos medios de transporte, y todos los que han perdido algo saben que la Oficina de Objetos Perdidos es una oficina, no un milagro. Esas oficinas siempre están a trasmano, de modo que uno se pierde buscándolas. Y, además, las cosas se suceden unas a otras, no son como la gente. Lo que hace Iberia ahora es recuperar una nostalgia que duró minutos: dónde estará mi viejo móvil, qué habrá sido de aquel ordenador o de aquel juguete viejo que viajaba con el niño. El niño ya tiene otro juguete, tenemos otro móvil, un nuevo ordenador viaja con nosotros.

Neruda tenía un verso para quitarle importancia a las cosas que se rompen, o que se pierden. "Las cosas rotas, las cosas que nadie rompe, pero se rompieron". Buscar lo que uno ha perdido tiene la virtud de la reparación, pero perder las cosas del todo crea primero un vacío, pero en seguida se convierte en la antesala de una novedad. Lo más grave no es perder, sino no recordar dónde hemos dejado las cosas, porque en la ignorancia del destino de lo perdido sí nos quedamos nosotros. Nos tendrían que haber enseñado a perder, y a perdernos. Perder es bueno para que la mirada y la humildad se junten en un punto fijo. ¿Perder cosas? Bah, lo que pesa no vale casi nada.

lunes, 21 de mayo de 2007

miércoles, 16 de mayo de 2007