domingo, 18 de marzo de 2007

Insultos (Manuel Vicent)

Insultar a un político de izquierdas en este país puede ser una señal de buen gobierno. En la II República, Azaña fue el hombre más vilipendiado por la derecha. Le llamaban El Verrugas, porque las tenía diseminadas por el rostro, aunque no tantas como la cantidad de improperios que sus enemigos le lanzaban todos los días. El odio que generaba en el bando contrario no cesó ni siquiera después de encarcelarlo en un barco en aguas de Barcelona. Al final, aquel rencor desembocó en una guerra civil. Paradójicamente hoy un barco de pasajeros lleva el nombre de Manuel Azaña y realiza la travesía diaria desde Denia a Ibiza cargado de jóvenes felices y soleados que, en su mayoría, tal vez, ignoran que este político fue el más odiado por la caverna, porque simbolizaba el impulso regeneracionista de España. Parece que el odio contra Azaña lo ha disuelto ya la historia. El propio Aznar presume de haber leído los cuatro tomos de sus obras completas, toda una hazaña, esta vez con hache, e incluso ha intentado apropiarse de su pensamiento. A Manuel Azaña le ha seguido de cerca Adolfo Suárez en la escala de insultos desaforados. Durante la Transición llamar traidor a este político con toda clase de gritos feroces era un ejercicio diario de los franquistas refugiados en el primer cogollo de Alianza Popular. La derecha montaraz nunca le perdonó que se pusiera al frente de la democracia, y semejante odio fue elevándose de nivel hasta desembocar en un fracasado golpe de Estado que pudo engendrar otra guerra. Hoy Adolfo Suárez es un político venerado por cuantos, a derecha e izquierda, le atacaron sin misericordia, y el Partido Popular ha llegado a pasearlo por sus mítines como uno de sus activos más nobles. Felipe González, en cuyo largo mandato llegó la modernidad a este país, fue zaherido hasta verse a un paso de la cárcel, como Azaña, y se despidió del poder bajo los ladridos de unos perros rabiosos que no cesaron de llamarle asesino y ladrón. Hoy es considerado un gran político por muchos de sus antiguos adversarios. Cada improperio se ha convertido en una medalla. Ahora los mismos insultos que llovieron sobre Azaña, Suárez y Felipe González caen sobre el presidente Zapatero. Me pregunto cuántos años habrá que esperar para que este presidente del Gobierno socialista nos parezca un político normal y comience a ser ensalzado por los mismos que hoy lo denigran a diario. Será cuando la política ponga a secar sus vísceras al sol y el odio, una vez más, se disuelva en la historia.

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