domingo, 4 de febrero de 2007

Gentleman; Manuel Vicent

Culto pero no pedante; cortés pero no ceremonioso; rural pero no rústico: estas ideas elaboradas por Horacio en su granja de la Sabina han servido para formar el diseño moral del gentleman inglés, aunque también pueden aplicarse a cualquier persona que busque la elegancia interior por encima de todas las cosas. Para ser absolutamente perfecto, este modelo humano tendría que habitar hoy un cuerpo anguloso, alto, flaco, con el vientre hacia dentro, desgarbado o ligeramente derruido, vestido con ropa de calidad un poco ajada, nunca a la última moda. Si existiera algún tipo con este estilo habría que ir a buscarlo a donde fuera y tratar de hacerse su amigo. Contrario a este ejemplar de Horacio es el moralista, que nos indica con el dedo el camino correcto para llegar a la pastelería del cielo o el equivocado que nos llevará al castigo eterno. No son sólo algunos clérigos atormentados o los profetas dispépticos los que te amargan la existencia con sus anatemas; también hay políticos, periodistas y escritores que tratan de cambiar el mundo simplemente para acomodarlo a sus ideas y no siempre por un interés bastardo, sino porque son incapaces de entender la vida de otro modo. El moralista corrige tu mala conducta para que te asemejes a él y no hay más que sentir de cerca su halitosis para salir corriendo. Conformar la sociedad a su imagen o de lo contrario presagiar un cataclismo inminente es la obsesión que ocupa más de la mitad de su cerebro. Como si fuera propietario de la ira universal, lo mismo le excita un crimen contra la humanidad que una simple zanja del ayuntamiento. Hay que ser divertido pero no superficial; escéptico pero no cínico; irreductible pero no implacable; firme pero no duro: estas ideas que Horacio cultivó en su granja de la Sabina no se han movido en 2.000 años y aún hoy sirven de eje de acero a algunos seres privilegiados. También constituyen un sueño imposible cuando se contempla la histeria de nuestros políticos y el látigo de algunos escritores y periodistas. Las sátiras de Horacio no carecían de desprecio, aunque atemperado por la ironía, ni de sarcasmo siempre sometido al buen estilo, más acá del bien y del mal. Quedan algunos ejemplares con este diseño en nuestro país y sólo por ellos es aún habitable. Aunque parece que están fuera del mundo, caballeros inactuales, sabios despistados, un poco antiguos, son los últimos pilares que sustentan una sociedad llena de sujetos cuyo poder va infinitamente más allá que su elegancia moral.

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