"Dios utilizaba a aquel hombrecillo para cantar a un mundo asombrado". Salieri en AMADEUS
El 27 de enero se cumplieron 250 años del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo 1756-Viena 1791), uno de los mayores prodigios de la música. Es por eso que durante todo el año, los homenajes al músico se convertirán en la actividad cultural que más público convocará en las principales ciudades del mundo. Si bien los festejos más importantes se harán en Europa (Viena, Salzburgo y Praga serán las ciudades con mayor actividad), las capitales de los demás continentes no quisieron quedar afuera de este especial recordatorio y han elaborado diversas propuestas para homenajear al genio. Yo quiero brindarle mi pequeño homenaje con este artículo hablando un poco de su biografía y recomendando la película que hizo Milos Forman sobre él: AMADEUS, que fue galardonada con 8 Oscars de la Academia, incluyendo Mejor Película, Mejor Actor (F. Murray Abraham), Mejor Director (Milos Forman) y Mejor Guión Adaptado (Peter Shaffer). La acción transcurre en 1781 y Antonio Salieri es el docto compositor de la corte del Emperador José II. Desde el momento en el que Mozart llega a la corte, Salieri descubre horrorizado que el talento y la genialidad musical que desea para si han sido otorgados a un hombre infantil, lujurioso y jactancioso. Loco por la envidia, confabula la destrucción de Mozart. Tal vez, incluso su muerte.
La genialidad de Mozart: Un primer aspecto que refleja el guión de AMADEUS es su precocidad musical, que a los tres años se manifiesta en un talento innato para los instrumentos, y que su padre explota en giras de conciertos por toda Europa. Con cuatro años interpreta piezas de memoria y “a ciegas” (al piano con los ojos tapados, como se ve al principio de la película); y a los cinco, compone su primera obra. Con todo, tal vez lo más sobresaliente de Mozart fue su innato sentido de la melodía. Componía directamente, sin ensayos previos, mientras que Beethoven, por ejemplo, debía repasar infinitas veces sus escritos. En la última parte de Amadeus, se recoge una escena paradigmática de cuanto decimos: Mozart es sorprendido por Schikaneder mientras compone el Requiem en lugar de La flauta mágica. El empresario teatral estalla en un arranque de ira y le increpa: “Mozart, ¿dónde está mi música?”. "Aquí, la tengo aquí -contesta él señalando a su cabeza-. Todo lo demás es garabatear, garabatear, garabatear...”. Y es que Wolfgang componía siempre en la cabeza y retenía en su imaginación composiciones enteras que no pasaba al papel hasta que las concluía. Muchas veces parecía estar ausente durante los viajes; pero al llegar a la posada, por la noche, se sentaba sobre el papel y escribía páginas y páginas.
En la película, un Salieri comido por la envidia se queja de que “Dios inspiró a Mozart” en vez de escogerle a él. Porque, cuando Constanze le lleva las partituras de su marido, ve que Mozart escribía sin tachones, sin enmiendas, como si fuera al dictado divino: “¡Primeros y únicos borradores de su música!”, exclama sobresaltado. Y, sin embargo, parecían copias en limpio. Era extraño... Mozart estaba simplemente transcribiendo música totalmente compuesta en su cabeza. La memoria musical de Mozart era también excepcional. Tanto, que algunas anécdotas al respecto forman parte de su leyenda y su misterio. Se cuenta de él, por ejemplo, que con sólo dieciséis años asistió a una Misa cantada en una iglesia de Roma, y que esa música le encantó. Al terminar pidió las partituras, pero le contestaron que esa Misa sólo debía interpretarse en esa iglesia y que por eso no las facilitaban. Terriblemente disgustado, regresó a su casa, escribió de corrido -con sólo escucharla una vez- la partitura de todos los instrumentos y la envió al prior con aire de revancha.
¿Muerte o envenenamiento? Saltando por encima de otros capítulos -su inoportuna risita, su temperamento infantil, etc.-, la película de Milos Forman dedica una parte importante de su metraje a la leyenda sobre la muerte de Mozart. Aún hoy, doscientos años después de su fallecimiento, todavía nadie ha podido establecer un diagnóstico definitivo de su enfermedad. Lo único contrastado es que el genial compositor murió presa de innumerables dolores, y rodeado de un halo de misterio. Esa incertidumbre dio pie a diversas leyendas; entre ellas la de que Mozart murió envenenado -hipótesis que aún hoy mantienen algunos- y a manos de sus enemigos. El rumor nace simultáneamente con su muerte: en la Nochevieja de 1791 un periódico de Berlín publicaba que “Mozart ha muerto. Como el cuerpo se hinchó tras la muerte, hubo incluso quien pensó que lo habían envenenado”.
En realidad, esta leyenda se había fraguado antes en la mente del compositor. Wolfgang, consciente de la rareza de su enfermedad, terminó por creer que sus enemigos le habían emponzoñado el agua, suministrándole un veneno de acción retardada. La hipótesis del envenenamiento se generaliza en torno al 1800, a los nueve años de la muerte del compositor. Pasa el tiempo y la conjetura cae en el olvido. Sin embargo, un terrible suceso acontecido veintitrés años después va a relanzar la leyenda hasta nuestros días. En noviembre de 1823, un compositor de segunda fila, Antonio Salieri, intentaba suicidarse en el Hospital General de Alservorstadt, en Viena, mientras gritaba a sus servidores que él había envenenado a Mozart. Salieri había “confesado” su homicidio en medio de un ataque de locura. Cuando quiso retractarse, pocas semanas más tarde, toda Viena comentaba ya el suceso y lo creía a pies juntillas. Para los vieneses resultaba reconfortante poder descargar sobre un extranjero venido a menos toda la culpa del triste final de Mozart. Por otra parte, la “confesión” de Salieri hizo que todos los cortesanos empezaran a recordar la proverbial enemistad de Salieri hacia el músico de Salzburgo. De esa enemistad es de donde arranca todo el conflicto dramático planteado en el filme de Milos Forman.
En AMADEUS, Forman, con la ayuda de su habitual colaboradora Patrizia Von Brandenstein, recrea magistralmente la atmósfera de la corte y los teatros vieneses del XVIII. La nueva versión incluye veinte minutos adicionales, que se suman al festival dramático y musical de esta adaptación de la aclamada obra teatral de Shaffer. La fuerza, la frescura y la vitalidad arrolladoras de la música de Mozart lucen más y mejor (baste recordar el estremecedor Requiem) gracias a una puesta en escena abrumadora, fotografiada con primor y sabiamente montada. Los espectadores más jóvenes, que -como yo- no tuvieron oportunidad de ver esta película en el cine, se sorprenderán del aire de modernidad que envuelve la cinta, propiciado por lo imperecedero de tramas universales como la envidia y la venganza. La conmovedora confesión de un atormentado Antonio Salieri. La película se aleja, con inteligencia, de la biografía documental, creando una seductora línea difusa entre la realidad y la ficción, para dar lugar al mito. Salieri no le mató....no era su competidor directo ya que casi solo hacía óperas, pero había que hacer entretenida la peli...
La envidia y el odio son los motores de esa relación patológica que se establece entre el más precoz de los compositores y un voluntarioso músico de corte que despreciaba tanto a su rival como veneraba su música. Alternativamente eufórica y tétrica, siguiendo los vaivenes anímicos de los personajes y sobre todo las cadencias chispeantes o funerarias de la música de Mozart, Sobre todos sus primorosos ingredientes sobresalen las interpretaciones de sus dos protagonistas: por una parte la sobriedad sombría de F. Murray Abrahams encarnando a un Salieri atormentado, patético y siniestro dispuesto a quitarse la vida bajo el peso de la culpa de haber asesinado a su rival, y la efervescencia de Tom Hulce, que prestó su estrafalario físico a un personaje desbordante como el de Mozart, irresponsable en su gesticulación e incluso irritante en esa risa inconfundible de descerebrado que ha quedado impresa en la memoria de todos los que han visto la película.
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